Las paralizaciones, bloqueos de carreteras, marchas pacíficas y no tan pacíficas, han vuelto a la agenda de los medios informativos. Posturas en contra de la explotación minera y petrolera, han vuelto a las portadas de los diarios, a las mesas de entrevistas: a la pantalla.
Para el que ha conocido la historia del multinacional Perú, esto no sorprende. Nuestro país ha vivido siempre enfrentamientos entre los que ostentan la riqueza y el poder, y los que sólo atinan a mirarla desde lejos. La gran diferencia es que décadas atrás, los menos favorecidos no tenían campo de acción para oponerse a las medidas; no obstante, hoy gozan de mecanismos que les permite generar un quiebre en los procesos e iniciar negociaciones.
No estoy a favor del caos ni conflictos que claramente desestabilizan el andar de los peruanos. Pero tampoco estoy en contra de aquellos que tienen en la protesta la única medida de presión para que sean escuchados.
Los conflictos no son de ahora, son de siempre y serán para siempre, si no se da un cambio estructural, una real democracia, donde los de arriba y los de abajo sean tratados con honestidad, equidad y respeto. En suma: ciudadanía.
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